Madrid, año 1914. El sistema político de la Restauración, que indudablemente había obtenido logros incuestionables, hacía aguas por todos lados; era evidente que el régimen instaurado por Antonio Cánovas en 1876 fue evidentemente positivo en su momento, e incluso pudo ser providencial para salvar las crisis ocasionadas por la muerte de Alfonso XII en 1885, por el asesinato de Cánovas en 1897 y por la pérdida de las colonias en 1898. Pero treinta y ocho años más tarde era evidente la necesidad de superar las carencias del sistema y el anquilosamiento de los dos grandes partidos que monopolizaban la vida política española. Las ansias de democratización, de una superación del bipartidismo que había degenerado en banderías (la escisión de los “idóneos” de Eduardo Dato respecto del conservadurismo y las innumerables disidencias del partido liberal) y una apertura del sistema hacia una auténtica parlamentarización.
Pues bien, en este ambiente…
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